¿Conoces a alguien a quien no le afecten los problemas? Lo dudo muchísimo, sin embargo, es probable que sí conozcas a alguien a quien los problemas no lo perturban al extremo, o tal vez se los toma con filosofía y actúa de forma que aparenta calma y buen humor.
Es común encontrarnos en embotellamientos en grandes avenidas a la hora en la que queremos llegar rápido. Ese tipo de cosas en general tienden a poner nuestra paciencia a prueba. ¿Te imaginas que durante un transbordo de avión en un importante viaje de negocios se pierda o retrase tu equipaje? Estas cosas escapan a nuestro control y por ello nos provocan frustración, angustia y rabia.
Lo normal es que reaccionemos de forma agresiva, con rabia y algo de prepotencia pues es lógico entender que no es nuestra culpa cuando estas cosas suceden. Sin embargo, sería bastante maduro y hasta inteligente de nuestra parte actuar de una forma distinta, en la que comprendamos que a pesar de ser víctimas de una circunstancia desfavorable, todavía tenemos el control y el poder de elegir hacer las cosas de forma diferente.
Lo que siempre podemos controlar son nuestras acciones y reacciones. Si somos conscientes de lo que está afectando nuestro estado de ánimo y la razón por la que lo afecta, entonces estamos en el camino de poder actuar de forma mesurada y clara.
Con esto no quiero decir que debemos ser pasivos y esperar “estóicamente” a que los problemas o situaciones adversas se solucionen solas o por la intervención de alguien más, ya que eso se convertiría en ceder a esa persona el control de nuestra situación o entorno, y eso es algo que desaconsejaría. Lo que quiero decir, es que es necesario que procuremos dar una salida más productiva y constructiva a nuestra frustración y coraje.
¿Cómo canalizas tus emociones para resolver los problemas que se presentan?